Los cuentos de Mardigo – La lisa Nanucha, que mata de risa, a quien sus chistes malos escucha, en la playa de Camposoto.

Érase una vez, la divertida historia de la alevín lisa, Nanucha, que mataba de risa a todos aquellos que pasando cerca de los puentes de madera, por donde se accede a la playa de Camposoto, para sortear el caño, escuchaban sus pésimos y repetitivos chistes malos.

Como todos los veranos, después de que las lisas, unos peces de la familia de los Teleósteos, depositaran sus huevos al final de la primavera, en los fondos fangosos de los caños mas próximos al mar, los alevines nacidos de la ovípara puesta, en la última semana del mes de junio, comenzaron a pulular por las proximidades de su lugar de nacimiento, en grandes y revoltosos bancos de peces.

En uno de esos grupos de jóvenes pececillos, que se movían por el caño que separa la carretera y aparcamientos de la playa de Camposoto, del entorno dunar, previo a las orillas de la citada playa, destacó por su pertinaz intento de destacar y agradar a todos, la lisa Nanucha, que con una retahíla de chistes, más que malos, malísimos, mataba de risa a quienes la escuchaban, no por la gracia del achispado relato, sino mas bien, por todo lo contrario.

Tal era el despropósito de las situaciones que provocaba, que no eran pocas las veces, que los viandantes que atravesaban los puentes del caño, para bañarse en las aguas del océano Atlántico, o para regresar a sus domicilios, creían que los tumultos de las lisas alrededor del puente, se debían a su necesidad de alimentos, motivo por el cual, de forma compulsiva y sin sentido, intentaban atraer la atención de los veraneantes, para que les diesen pan o gusanitos.

Muchas de las migas de pan y gusanitos, que tanto niños como mayores, lanzaban a los peces, acababan, desperdigadas y flotando por el agua, sin que nadie entendiese muy bien a que se debía, pero felices de ver aquel jolgorio, que los pececillos arremolinados cerca de los puentes, ofrecían a los entusiasmados visitantes de la gran playa, orgullo de la gaditana localidad de San Fernando.

En realidad, nada tenía que ver aquellas desbandadas espontáneas, con los pacíficos y sobresaltados paseantes, pues todo se debía a Nanucha, que en su afán de crear su propio club de fans, como si de un moderno influencer se tratara, había comenzado a contar sus ya súper conocidos chistes malos, que solo, a los más cercanos familiares y amigos, hacía una gracia impostada, para evitar que se sintiera abochornado en público.

Lo triste de todo, es que la primera vez que Nanucha, contó los chistes, como oirán a continuación, hicieron tanta gracia que todos los que lo escucharon, como se suele decir, se morían de risa, pero que a base de repetir los mismos una y otra vez, acabó matando su gracia.

Para que juzguen ustedes, les paso la grabación de la primera vez que Nanucha contó sus chistes en la playa de Camposoto.

  • Hola a todos, mi nombre es Nanucha, pero todos me llaman Paco, Pacobrar y Pacomer.
  • El otro día fui al médico y le dije; Doctor vengo a verle porque por las noches no me encuentro bien, y sabéis lo que me contestó: Ha probado usted a buscarse por el día.
  • Mamá, mamá, papá me ha dicho que me ponga azulado, y se ha enfadado conmigo porque he dejado de respirar.
  • Sabéis cuales son los animales más fáciles de sorprender. Pues los perros porque le digas lo que les digas siempre dicen ¡¡¡ Guau !!!.
  • Sabéis cual es el colmo de un astronauta. Pues que las estrellas no le firmen ningún autógrafo.
  • El otro día me preguntaron si mi perro era de caza, y yo le dije que sí, que vivía conmigo en mi casa.
  • Sabéis cual es el nombre más corto del mundo. Pues Casio, porque no llega a ser ni siquiera la letra O.

Y así los alevines de lisas, pasaron el verano creciendo y soportando a Nanucha, hasta que a finales de septiembre, cuando estaba a punto de llegar el otoño, los bancos de peces que ya habían crecido lo suficiente, como ya hicieran sus antepasados, aprovechando las mareas, abandonaron los caños y se hicieron a la mar, donde cada uno de ellos tomó su propio rumbo por el ancho e inmenso océano.

Y sin más pena que gloria, ni gracia posible, por hoy Colorín, Colorado, este cuento, se ha acabado.