Érase una vez, la sorprendente fuga ocurrida el día del sorteo navideño de lotería, hace ya muchos años, en la Plazoleta de las Vacas de San Fernando, protagonizada por una piara de pavos de los que nunca más se llego a conocer su paradero.
Todo comenzó con las primeras luces del día 22 de diciembre del 1964, último año en el que …, la por aquel entonces explanada de tierra entorno a un pozo convertido en fuente pública de agua, con varios bancos para sentarse a su alrededor que delimitaban aquella rudimentaria plazuela, conocida como “El Palenque”, dado su uso ocasional como feria de ganado que se custodiaban el los cercados que recibían aquel nombre, mantenía aquella fisonomía que cambiaría al año siguiente con la construcción de una moderna lonja.
Aquel día, Manuel y Juana, acudieron desde una de las huertas cercanas, con una piara de 18 pavos, que pretendían vender a los parroquianos, que pudieran pagarlo para celebrar la Navidad como Dios manda, montando su particular palenque para cercar y guarecer sus aves de corral, con las carretillas y jaulas donde trasportaron su atractiva, comestible y navideña mercancía.
Una vez instalados, Juana pidió a Manuel, que se acercara a alguno de los bares cercanos y le trajese un café bien caliente con los que combatir el frio propio de aquellas fechas, aprovechando que a tan temprana hora, no necesitaría de su auxilio para manejar la romana con la que pesar las escandalosas aves, pues a esas tempranas y heladoras horas de aquel martes, en el que el sorteo de la lotería de navidad, daba inicio oficioso a las fiestas, con las que cada año arranca el invierno, los posibles compradores no madrugarían mucho.
Manuel acudió presto a contentar a su amada esposa, pero se topó en el güichi con su primo José, que no dudó en invitarlo a una copa de coñac para combatir el frio y comenzar la jornada con buen animo.
Como era de bien nacido el ser agradecido, Manuel correspondió a la invitación de igual manera, mientras se trasladaban entre ellos las novedades, incidencias y estados de salud de los familiares comunes y allegados, alargando y reiterando las invitaciones mutuas, con las típicas excusas de la celebración de las fiestas y la necesidad de calentar el cuerpo para combatir el frio reinante, quedando en el olvido el encargo que Juana le hizo a Manuel.
Juana por su parte, que veía como Manuel tardaba, comenzaba a intranquilizarse y preocuparse, pues sus mas de 100 kilos de peso y su obligada ocupación de guardar la mercancía y estar atento a los posibles clientes, le impedía ir a buscarlo y sacarlo de lo que lo pudiera estar distrayendo de sus obligaciones en aquel señalado día.
Justo cuando la plazuela se empezaba a llenar de viandantes y curiosos, que acudían al improvisado mercadillo navideño, donde además de los pavos de Juana y Manuel, se podían encontrar a la venta gallinas, pollos, conejos, verduras, legumbres, dulces, bebidas y todo tipo de regalos artesanales, apareció el enviado en busca de un café caliente, sin nada en sus manos pero con una sonrisa de oreja a oreja, prueba evidente de su lamentable estado de embriaguez, al que había llegado por el intercambio de invitaciones con su primo José.
Justo en el momento que Manuel, alcanzaba el lugar donde Juana se encontraba con cara malhumorada, de pocos amigos y lanzando improperios por su boca, un gracioso de los muchos que en esas fechas suelen aparecer, cuando en uno de los bares cercanos, por la radio se escuchó como los niños de San Ildefonso, cantaron el 20426, primer premio de la lotería de navidad de aquel año, empezó a gritar, ¡¡¡ M’a tocao, m’a tocao, que m’a tocao !!!, formándose un jolgorio en toda la zona que provocó la espantá de los concentrados en aquel mercado a la intemperie, hacia el lugar donde se escuchaba al presunto ganador de la lotería.
Tal fue el revuelo que se formó, que entre la borrachera que llevaba Manuel, el zarandeo al que lo sometía Juana y la multitud buscando huecos por donde pasar al lado de ambos corriendo despavoridos, que el matrimonio cayó sobre las jaulas y las carretillas, desmantelando el cercado donde resguardaban la piara de pavos, que sorprendidas a su vez, iniciaron una veloz estampida en dirección a la calle Carraca, que pilló a Manuel y Juana por los suelos, sin apenas poderse incorporar, él, por culpa de la melopea y ella, por su obesidad.
A trancas y barrancas, Juana consiguió incorporarse e iniciar la carrera tras sus pavos, que con su característico gorjeo, continuaban su huida, mientras la atención de los curiosos por conocer el agraciado con la lotería, se desplazó a la acalorada y renqueante pastora de las aves de corral, que pedía desconsolada ayuda para que detuviesen su escurridiza mercancía animal, que cada vez parecía ver mas lejos, pues la piara, asustados por el bullicio y la bronca que se formaba al paso de los fugados y su perseguidora, corrían y corrían, como alma que huye del diablo.
Mientras en la Plazoleta de las Vacas, se comprobaba que el gracioso de turno, ni le había tocado la lotería y ni tan siquiera había comprado un número, Juana tras ver como dos de los pavos se desviaban y perdía de vista por la calle Bonifaz, otros tres por la calle General Florencio Montojo, y finalmente otro por la calle Juan de Austria, alcanzó un pequeño callejón paralelo a esta última, por donde el grueso de la manada, habían abandonado la calle Carraca, que hasta entonces fue la principal por donde discurrió la huida, la mermada comitiva de la piara de pavos, pues algunos de ellos incluso habían desaparecido en el trayecto, en medio de la multitud que avispada ella, habían encontrado la forma de hacer desaparecer las aves mas pequeñas, callándolas con un oportuno retorcimiento del cuello, que silenciaba al animal que alegraría la cena de navidad de sus captores.
Aquel callejón, que hoy forma parte de la calle Gonzalo de Córdoba, en aquel entonces era la entrada a un enclave chabolista conocido como “Manchón Garrido”, en alusión al propietario de la huerta que había en aquel solar, y lugar donde malvivían en construcciones realizadas por los propios habitantes, con escasas por no decir ningunas, condiciones de habitabilidad e higiene.
Cuando Juana, se topó con la visión de aquel destartalado enjambre de casetas, que a duras penas se mantenían en pie, construidas con restos de maderas, hojalatas, plásticos y cartones, a la que se accedía por medio de pasillos estrechos y embarrados, entendió el dicho que se rumoreaba por toda La Isla, que decía algo así como … “al manchón Garrido, ni bermejo el guardia, se atreve a entrar”.
Enrabietada, dolida y cansada, se apoyó sobre la esquina del callejón y la calle Carraca, mientras lloraba desconsolada por la pérdida de su piara de pavos, con la que esperaba conseguir buenos duros, para afrontar la inminente navidad y sobre todo los regalos que ya tenía encargado en la juguetería para sus churumbeles.
Al final, Juana, resignada y cabizbaja, retornó a la Plazoleta de las Vacas, asumiendo su desgraciada pérdida, mientras las lágrimas heladas por el frío, marcaban sus brillantes y morenas mejillas, comenzando a preguntarse en que estado encontraría a su Manuel, al que había dejado tirado en el suelo y del que no había vuelto a saber nada.
Nada mas doblar la esquina de la calle Carraca con Hernán Cortés, observó una gran concentración de personas justo en el lugar, donde tenía su temporal palenque con el que pensaba hacer negocio, acelerando el paso y temiéndose que a su Manuel, le hubiese ocurrido algo grave para su salud física o mental por culpa de la ya relatada desgracia.
Pero nada mas lejos de la realidad, pues la noticia de la pérdida de la piara de pavos, había llegado hasta aquel lugar mucho antes que ella, propiciada por su tardanza fruto de su desconsuelo y sobre todo por su dificultad de movilidad a causa de su pesado cuerpo, provocando la empática y solidaria acción de todos sus compañeros comerciantes, que reconociendo la mala fortuna con la que se habían desarrollado los acontecimientos, y comprobando la mala fe, de aquellos que se aprovecharon de su desgracia, decidieron hacer una colecta y resarcir en la medida de sus posibilidades la perdida económica que Juana y Manuel, habían sufrido en aquel aciago momento navideño.
Las lagrimas y lamentos de Juana, se convirtieron en una inmensa felicidad y alegría que mostraba con aturrullados y simpáticos brincos de satisfacción, mientras agradecía una y otra vez la solidaria respuesta de los allí presentes, a la vez que se congratulaba como ella decía, que al final pareciera, que todo aquel barullo tuvo que ocurrir, para que algunos de los habitantes mas necesitados del Manchón Garrido, aquella navidad también pudiesen celebrarla con una comida decente, gracias a la buena gente, que había demostrado que la Navidad, seguía viva en los corazones de los cañaillas, a pesar de las penurias y sinsabores de aquellos tiempos.
Para finalizar, señalar que como es natural, de los pavos nunca mas se supo, pero lo importante es resaltar que la NAVIDAD, ha sido, es y será, un paréntesis en nuestras vidas, donde la PAZ, el AMOR y la FELICIDAD, han reinado, reinan y espero que sigan reinando por siempre, aunque esto solo sea un cuento, donde algunas cosas son verdad y otras son producto de mi imaginación, que por hoy, COLORIN, COLORADO, se ha acabado.
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